¿Acaso hay alguien que
pueda saber mejor que mi Ser los caminos que debo andar?
Entre los escombros de mi propia mente,
extenuada por su magnitud,
despierto como de un sueño.
“Aprende a volar”- me dijo el ave en el
sueño.
¿Podria esperar
que alguien pusiera nombre y salida a mis
crisis?
Ni mía,
ni crisis.
Simplemente el vaivén del océano,
y la mirada clavada, por un instante,
en un punto fijo.
¿Cuándo aprendí
a hacer de las cosas que suceden un
problema?
¿Cuándo aprendí que la queja puede vaciarme
de algo?
¿Cuándo aprendí a pensar fuera de la Unidad
y queriendo darle órdenes?
Algo en mí despojó mi inocencia
y mi alegría,
mi juego en el río.
Me arropé bajo las sábanas de la
diferencia
y la separación.
Empecé a tener opinión
y oposición.
Suplí el sentir por el pensar,
a pesar de tanta emoción galopada.
Y hasta aquí llegué.
Arrastrada por estos ropajes
tan forasteros
por tantas palabras diciendo:
“`por acá”, “así no”.
¿Hay alguna posibilidad
de volverse a quedar desnuda?
Porque sí.
Simplemente para poner la piel al sol.
Para dejar que estos pechos florezcan con
la primavera
o con el otoño.
Para dejar que estos pies
retornen a su Madre.
¿Llegué a tiempo de volver a jugar
con cada cosa que suceda?
¿Llegué a tiempo de
comprender
que Dios abre la luz en cada Ser viviente?
Tal vez ya llegué
a cualquier lugar
donde quise ir.
Tal vez se pueda
nada más empujar
y dejar que todo sea como es.
Sin pedir el más mínimo cambio,
Que nada deba ser distinto de lo que es.
Tal vez despertar para jamás moverse
y dejar que toda la Vida se despliegue
como yo no sé
y Ella sí sabe.
Tal vez despertar
para darme cuenta que nunca ha habido ese
yo,
que siempre ha sido
es
y será
este manto infinito
arrullando cada instante
cada muerte
Despertar para ver
Derpertar para dejar ser
Despertar para contemplar
Despertar para reír
Despertar para bendecir todo.
Kussa, Joanet, març 2012.
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